20 dic. El sur de la Isla de la Juventud es muy silvestre. Una llanura costera cubierta de bosques vírgenes, playas de finísima arena blanca, interrumpida por pequeñas y abrigadas caletas, cuevas, sectores de acantilados y manglares, hacen de los 30 kilómetros del discontinuo litoral un sitio deslumbrante por su naturaleza.
La escasa presencia del hombre matiza lo natural y hermoso de este paraje, bañado por un clima tropical y por un exuberante entorno. Es en el poblado de Cocodrilo, a un centenar de kilómetros aproximadamente de Nueva Gerona, donde la vida humana se constata con mayor vitalidad.
Viajar hasta allí es un encanto: la travesía, por un rural camino costero, está siempre acompañada de una flora variada y protegida que resguarda al tocororo, a iguanas, al venado y a una colonia distintiva de cangrejos, que se dejan mirar sin el menor atisbo de miedo ante el visitante y los disímiles medios de transporte.
Sin embargo, es en los ecosistemas costeros y marinos donde Cocodrilo regala los más pintorescos e interesantes atractivos.
Aquí puede encontrarse desde el minúsculo Cantharellus cibarius, un hongo comestible, hasta colonias impresionantes de corales muy bien preservados, que multiplican el interés de los visitantes, refiere Reinaldo Borrego Hernández, poblador del lugar y líder de la actividad medioambientalista.
Mas toda apreciación es poca cuando se desanda ese paraje sureño de la geografía de la Isla de la Juventud: los escabrosos arrecifes actúan como muro protector de múltiples y bellas playas.
En la confluencia de ambas formaciones, los moluscos, incluidos hermosos caracoles ciguas, encuentran un sitio seguro para la vida.
Sobre los arrecifes, la palma de costa (Thrinax radiata), las uvas caletas (Cocoroa uvífera) y diversas especies de árboles madereros típicos del litoral, entre ellos el patabán, la yana y los propios manglares, dibujan un entorno florístico que es una invitación al descubrimiento.
Tanta belleza no puede quedar al amparo de las casualidades, precisa la joven Yamilka Gómez Quevedo, miembro de un grupo de jóvenes de la comunidad Cocodrilo, que protagonizan un proyecto para la protección de estos ecosistemas.
Son precisamente esos jóvenes y un entusiasta grupo de adolescentes quienes siembran corales y los protegen, una de las virtudes que hoy ponderan los más de 320 habitantes de Cocodrilo, dedicados fundamentalmente a la actividad pesquera, producción de carbón, actividad forestal y al cuidado de la flora y la fauna.
Viajar entonces hasta ese lugar puede convertirse en una aventura pintoresca, coloreada por viviendas construidas a la usanza de las inglesas, que han perdurado el paso del tiempo y los ciclones; por historias que van desde los carboneros hasta los criadores de tortugas, y por realidades de un paraje natural de una belleza indescriptible.