18 abr. Con más de cinco siglos de existencia, la Villa de la Santísima Trinidad de Cuba es un sitio de obligada visita. Este destino, situado en la provincia de Sancti Spíritus a 300 km de la Habana, cuenta en sus cercanías con exuberantes playas, maravillosos senderos y cascadas y una fascinante historia de corsarios y piratas. Sin embargo, un elemento distintivo de esta ciudad es su conjunto arquitectónico colonial, uno de los más completos y conservados del continente americano.
Gracias a esta cualidad, Trinidad es considerada la ciudad-museo de la Perla del Caribe. Al recorrer sus calles se aprecia ese ambiente de antaño, presente en sus edificios de marcada influencia neoclásica y barroca. La villa fue fundada en el siglo XVI y se mantiene casi intacta, no obstante el paso del tiempo.
Es impresionante el Centro Histórico de la comarca, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1988, junto al Valle de los Ingenios.
La majestuosidad comienza en la denominada Plaza Mayor, punto central de la ciudad que los trinitarios han logrado mantener muy bien conservada, haciendo de la preservación de las obras de arquitectura –domésticas, públicas y religiosas- su razón de ser.
Entre las principales sobresale la Casa Borrell, donde radica La Oficina del Conservador de la Ciudad. Se destacan en esta edificación sus discretas proporciones y las pinturas murales de la sala y la saleta. A solo cien metros al sur aparecen la Ermita de Santa Ana y la Cárcel Real. La primera data del primer cuarto del siglo XVIII, y el edificio que ocupó la antigua Cárcel fue levantado en 1844, siendo un importante exponente de la arquitectura militar colonialista.
En la categoría doméstica son dignas de mención la Casa de Antonio Mauri (actualmente el Restaurante Don Antonio); la Casa de Rosario y Media Luna, hoy Casa de la Cultura; la Casa de Frías, local ocupado por una fábrica de tabacos; y la casa de Rosalía Fernández, en la actualidad Restaurante Colonial.
La mayoría de las amplias, ventiladas y cómodas casonas cuentan con jardines interiores y techos de tejas rojas manufacturadas en los talleres locales. El sello de la región se refleja en murales, molduras, marcos de madera y en las tornadizas formas de las rejas de hierro forjado a mano.
El trazado de las calles –empedradas con adoquines- se mueve sinuosamente, unas veces descendiendo la suave cuesta, otras desplazándose en curva, obligado por la inclinación del suelo. Se afirma que esta trama irregular, a veces laberíntica, favorecía la defensa de las primeras villas ante los sucesivos ataques de corsarios y piratas.
Son numerosas las construcciones que albergan museos de diversa índole: sobresalen el Museo Romántico, el Arqueológico Guamuhaya, el de Arquitectura, el de la Lucha Contra Bandidos o el de Ciencias Naturales Alejandro de Humboldt.
A pocos kilómetros al este de la población, el verdor del Valle de los Ingenios o Valle de San Luis convoca a recorrerlo, para admirar restos del más de medio centenar de fábricas de azúcar que convirtieron a la zona en la mayor productora mundial del endulzante en su época.
Majestuosa y desafiando al tiempo, la Torre Iznaga, de 45 metros de altura, brinda desde su mirador la bella visión del territorio circundante, y da la posibilidad de escuchar de boca de los propios lugareños historias sobre el origen de su edificación.
El valle fue una de las regiones azucareras más grandes durante los siglos XVII y XIX por sus favorables condiciones naturales y sus buenos recursos como tierras fértiles o puertos disponibles para el embarque. Todavía se conservan los sitios arqueológicos y casas haciendas de esa época, las de mejor conservación se nombran Manaca-Iznaga, Buena Vista, Delicias, Guáimaro y Magua, todas con arquitectura neoclásica.
En el centro de la Mayor de las Antillas, Trinidad y sus encantos coloniales atrapan sin dudas al viajero, que descubrirá en esta región la magia de una isla famosa ya por su historia, su cultura y su patrimonio.